4 de enero de 2011

Julio escribe

Él dice que ya no, pero su tumblr es una buena receta para despejarte en cinco minutos. Regala imaginación, historias pequeñas, sonidos, vida. Esto es lo último que ha escrito y me encanta:

La muerte de Melquiades García fue la clave. Justo antes de morir de un infarto inesperado como la primera bofetada, este anciano y silencioso conserje de la facutad de psicología pidió un libro y comenzó a leer, a toda velocidad y en voz alta, Las Conferencias Tavistock de Jung durante 17 horas. Así, hasta que murió.

En aquel momento, todos los que estaban allí, profesores, ambiciones, alumnos y limpiadoras, consideraron aquello la última voluntad extraña de unas neuronas que comenzaban a apagarse por la falta de oxígeno. Todos menos uno.

Julián Rosas, estudiante de tercero, quedó impresionado y comenzó a investigar con la paciencia de una cuchara. Así se dió cuenta de que la esperanza de vida de un andaluz era bastante menor que la de un gallego, que los tartamudos vivían más, y aún más los mudos. Los políglotas, por ejemplo, morían jóvenes, los tímidos tarde. Cruzó informes, charlas, colores y mentiras y descubrió que profesiones como dentista, dueño de tómbola o conductor de taxi eran propias de gente que tampoco duraba demasiado.

A su hipótesis sólo le quedaba un dato para confirmarse y por eso fue a conocer a la viuda de Melquiades. En dos horas de conversación, Julián sólo fue capaz de introducir dos o tres silencios inteligentes en el monólogo de la viuda, que a cambio de un café, no le dejó prácticamente hablar.

Julián Rosas salió de aquella casa con un dolor de cabeza y una certeza: Cada persona tenía asignada una cantidad de palabras concreta y cuando se utilizaban todas, simplemente se fallecía. Así, sin más, como un crédito que se agota. El bueno de Melquiades García, el conserje lector, pudo hablar tan poco con su viuda que su corazón dijo basta cuando aún le sobraban palabras, concretamente unas 380.000, justo las que cabían en 17 horas de lectura atribulada.

Julián Rosas nunca contó su teoría pero murió a los ciento veinticuatro años. Desde los veintidós prácticamente sólo contestó con monosílabos.


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