7 de noviembre de 2011

¿Por dónde tirar?

Carlos Gil Zamora ha escrito en su columna de opinión de Artezblai ("Y no es coña") algo interesante, delicado y que me hace preguntarme muchas cosas. Copio y pego:

Un brindis

Los taurinos saben que hacer un brindis al sol, es decir, a las localidades más baratas, generalmente ocupadas por público de aluvión, en las plazas de toros con corridas feriales, es una especie de demagogia, que la faena del torero va a estar cargada de gestualidades y simulacros que podrán levantar los ánimos de los ocupantes de la solanera, generalmente poco exigentes, y que en suma de pañuelos como símbolo de petición de oreja puede decantar la voluntad del presidente para concederla y acabar en la estadística con una buen resultado, aunque la matización de la crónica sea contraria y descubra todos los defectos de la faena premiada.

Pues bien, cada vez que uno acaba su presencia en un encuentros, festival, feria o muestra, en ese brindis final en que florecen las buenas voluntades, los deseos y las frases de manual, siente que se están realizando brindis a sol, que nadie sabe si ese brindis de despedida del evento de este año, va a ser, a la postre, el brindis final, el último de la historia. Y es que los antecedentes no son nada halagüeños, y de los discursos electorales poca claridad se puede sacar. Estamos ante una crisis de ideas, con un sistema cultural basado en el esfuerzo económico controlado desde las instituciones en todos sus niveles, sin una profesión en forma para afrontar otras maneras a corto plazo y con unos receptores, los públicos, muy desconcertados, y sin ninguna organización que los represente y que se convierta en una portavocía referencial.

Por lo tanto debemos seguir haciendo brindis al sol, apelar a los públicos de la solanera porque creemos que son los que nos van a responder sin exigencias de ningún tipo siempre que el producto que se les ofrezca tenga los ingredientes adecuados, en forma de obra divertida, con la palabra sexo en el título y un reparto corto, pero lo más televisivo posible. Este es el mercado, y si nos atenemos a los acontecimientos sucedidos en la última época, esa parece la pauta en la que se mantendrá parte de la programación, porque, entre otras cosas, es con este tipo de producto con el que se puede mantener una relación porcentual, es decir cubrir costes con los ingresos por taquilla.

Vemos como desaparecen los festivales, las programaciones que durante el último quinquenio o década han ido alimentando un tipo de compañías, performers, creativos que se instalaban en la vanguardia o la experimentación. Van desapareciendo y difícilmente se repondrán, por lo que el panorama va a ser todavía mucho más gris. Quizás aprendamos algo de esta debacle, y en el campo del teatro y la danza más emergentes, más abiertos, más supuestamente innovadores, se deberá tomar buena nota de que no ha funcionado de la manera adecuado su relación con los nuevos públicos. No se han aposentado, quizás no ha existido tiempo, pero por momentos ha parecido que se trataba de ser los más novedosos, los más extravagantes, sin importar nada la relación con su entrono. Demasiado casual casi todo, dejando una sensación de que cualquiera podía hacer cualquier cosa. Es decir, no se exigió el rigor adecuado, no se creó el ambiente propicio para el crecimiento, ni se optó por discriminar aquello que era una simple parodia, una repetición de asuntos ya transitados hace mucho tiempo, y se fió todo a una suerte de autopropaganda, en la que se transmitía la idea de que las cosas eran buenas simplemente porque se hacían, y más si se hacían en unos lugares y unos festivales específicos bien bendecidos económicamente por la autoridad competente que intentaban crear castas y escuderías muy bien relacionadas con los poderes.

Es necesario que existen campos abonados para la experimentación y la creación fuera de las órbitas académicas o sectarias, pero se debe también regular este tipo de propuestas para que no sea un territorio muy propenso al capricho, el ombliguismo y la devaluación del propio hecho artístico.

Lo incuestionable es que nos empobrecemos cada vez que se acaba con un festival, una sala, una propuesta de esas características. Y, que conste, nos empobrecemos todos. Los que las aplaudimos, las seguimos, las criticamos desde la igualdad y el respeto o los que las repudian simplemente por no entenderlas. Vaya este brindis por la biodiversidad en nuestros escenarios, en nuestra educación artística, que de ahí vienen muchos de los problemas, y en todo el sistema. Va por ustedes.

En definitiva la lectura que yo hago es que desde la creación se debe tener en cuenta, ahora más que nunca, la reacción del público para saber por dónde seguir para enriquecer el tejido escénico. Pero ¿no es un arma de doble filo?, ¿no hay que tener cuidado para no fabricar productos seriados sin ningún tipo de esencia? ¿Dónde está el límite?

1 comentario:

Alberto dijo...

Mmm, no creo que sea eso lo que está diciendo, o no exactamente. Más bien está apuntando a que el teatro contemporáneo puede estar pecando de un exceso de "artisticidad", una negación plena del público (al fin y al cabo, esencia de la representación) en aras de la única satisfacción personal de autor/compañía/director/artista.